El Higienismo o «Higiene Vital» aporta una visión clara sobre la forma de entender la salud y la enfermedad y propone la mínima intromisión en caso de enfermedad. Recomienda una vida sana e higiénica como medida preventiva de mantener la salud y el ayuno cuando ésta se altera.
Casi todas las enfermedades tienen una causa común: el aumento de la cantidad de toxinas en la sangre y en los tejidos por encima de un umbral de tolerancia. Cuando la situación en el organismo se hace intolerable para la continuidad de la vida, el instinto de conservación que Hipócrates lo llamó «Vix Naturae Medicatrix» provoca la evacuación urgente de toxinas, que es lo que llamamos «enfermedad». Cuando el cuerpo está en buenas condiciones, la vida se expresa con sensaciones de bienestar y lucidez; pero cuando el organismo necesita limpieza, la vida misma se expresa con reacciones de depuración.
El verdadero enemigo del ser humano es todo aquello que eleva la cantidad de toxinas en el cuerpo hasta niveles intolerables para que persista el buen funcionamiento en el mismo.
Hay un conjunto de causas externas que aumenta los niveles de toxemia en el organismo:
Por otro lado están las causas de origen interno, que son todo tipo de derroches energéticos en los distintos niveles de funcionamiento de la máquina humana, que hace que la necesaria y permanente función de eliminación de toxinas sea frenada al no disponer de la suficiente energía.
Si esas dos fuentes de toxinas son permanentes o exageradas, ello va a suponer una sobrecarga de la función de eliminación o depuración.
Cuando la situación orgánica es intolerable, el instinto de conservación, regido por la voluntad interna o inconsciente, va a «robar» la energía a otros niveles donde no es tan imprescindible en estos momentos, para dedicarla a la función de eliminación que necesita ser acelerada. La sensación de este robo de energía a otras funciones se refleja en la sensación de fatiga, debilidad muscular, mareos, vista cansada, zumbidos en los oídos, extremidades frías, falta de apetito, cese de la evacuación, obnubilación mental, … Como expresión del aumento de la función de eliminación, son el aumento de las pulsaciones y la fiebre.
El instinto de conservación, ante la necesidad de aumentar la función de eliminación, lo hace a través de los órganos excretores, que se hallen en mejores condiciones, aumentando este funcionamiento: aumento de la sudoración, respiración acelerada, aumento del trabajo renal o hepático, aumento de la secreción en la mucosa gástrica, intestinal, bronquial, faringea, nasal, erupciones en la piel, …
Cuando estamos enfermos se quiere acabar desde el exterior cuanto antes con la enfermedad, como si ella fuese algo malo para nosotros. Desde el punto de vista higienista, lo más recomendable es la «no acción», no interferencia química con medicamentos, ni siquiera son imprescindibles los tratamientos con hierbas, emplastos, … El instinto de conservación es el que mejor conoce el camino más corto para el retorno a la salud. Lo más indicado es colaborar con el, dejándole a su disposición el máximo de energía para su trabajo de limpieza, evitando todas las fugas energéticas antes citadas.
Así pues, lo más recomendable en caso de enfermedad, es el reposo a todos los niveles: muscular, mínimo movimiento, sensorial (silencio, luz débil u oscuridad, no televisión, no lectura), mental (dejar al margen las preocupaciones cotidianas en lo posible), emocional (evitar al enfermo influencias externas que puedan alterarle en lo posible) y digestivo (ayunar o comida ligera sana).
Las intervenciones exteriores son contrarias a los esfuerzos del instinto de conservación y retrasan la curación. En el peor de los casos lo que se logra con los tratamientos externos, sobre todo químicos o pseudo naturales, es hacer desaparecer los síntomas, pero no como consecuencia de un descenso de la cantidad de toxinas del cuerpo, sino por haber hecho al organismo tolerable a esa cantidad de toxinas y no ser capaz de crear reacciones de eliminación.
Más adelante, si es que permitimos al organismo recuperar fuerzas, volverá a tratar de depurarse, y, en caso de ser reprimido con tratamientos médicos, es como se irán creando las llamadas enfermedades crónicas.
La designación en la denominación de Higienismo o Higiene Vital, es debida a la intención de diferenciarse de la Naturopatía o de las medicinas naturales donde hay procedimientos que, aun sin efectos químicos, pueden retardar la curación.
Por ello se prefiere usar el término de «Vital» en vez de «natural». El higienista procura intervenir lo mínimo en el proceso de curación del organismo. Por supuesto, según el grado de psicología del paciente, deberá comportarse de modo purista, es decir, la inacción, o «interferir» del modo más natural posible: medicinas naturales, fitoterapia, acupuntura, …